Hace algunos meses recibí el correo de María Yaksic en búsqueda de la librería Universal de Valparaíso, por estas memorias de Alice Guy. Sentí alegría al imaginar las páginas porteñas de una escritora (disculparán mi ignorancia) que no conocía, otra voz para complementar el relato de nuestro puerto.
Porque el siglo XIX, tras la independencia, libera a Valparaíso del manto español y lo hace un puerto dinámico para notables visitas, quizá las mejores que tengamos en nuestra historia en el sentido literario. Botones de muestra: María Graham, Domingo Faustino Sarmiento y Rubén Darío. Incluso podríamos flexibilizar el plazo hasta la apertura del canal de Panamá, incluyendo a autores chilenos que son migrantes internos, como Carlos Pezoa Véliz, o santos asesinos como Emile Dubois, para no hablar sólo de letras.
Pero también hacia adelante, porque hasta hoy esta ciudad ha sintetizado personalidades detonadas. De hecho, conversando con una el domingo de la semana antepasada en el Barmacia, el único lugar limpio y bien iluminado abierto el domingo en la noche, me decía fumando que en Rusia no existía la historia porque existía la literatura, y creo que acá debería pasar lo mismo. Allá en Rusia, la verdad, no tengo idea qué pasa, pero para acá suena bien. Porque entre diarios, crónicas o memorias como las que nos convocan hoy podemos armar lo que fue esta ciudad. Una de las cosas fascinantes de estas memorias, es que no inician con Alice acá, sino va revisando antes cómo y por qué se llegaba a Valparaíso. Quiénes eran estos migrantes, cómo se forjaban destinos que cruzarían el océano.
El vínculo con estas tierras se da a partir de una pareja que pierde su riqueza en la revolución, tíos de la madre de Alice Guy, entonces alumna de un colegio religioso, que la casan con su padre librero en Santiago y Valparaíso, es un arreglo matrimonial. Alice duda de la existencia del amor. El amor, aquel sentimiento que aparentemente nos moviliza. Bueno, Stendhal, uno de los máximos escritores franceses, escribió:
“Una joven alemana, una inglesa, una italiana, habrían reconocido el amor; como nuestra prudente educación ha resuelto negar a nuestras jovencitas la existencia del amor, Ernestina no se alarmaba sino vagamente de lo que pasaba en su corazón; cuando reflexionaba profundamente, no veía en aquello sino una simple amistad”
Por otro lado, “la cultura era considerada secundaria, incluso nociva”, escribe Guy y no se refiere a Chile sino al sentir del primer mundo.
Hay dos viajes en barcos hacia el sur, el largo camino con las estaciones en grandes capitales que son el resto de los puertos sudamericanos. Primero la distancia es enumerada como semanas, después como meses. Es el tiempo detenido sobre el mar.
Cuando escribe “al llegar a Valparaíso, toda la colonia francesa quiso tener el honor de presentarse”, es tal como lo narra Flora Tristán en sus Memorias de una paria décadas antes, que casi coloca a aquella colonia como una especie de farándula. Esta última viajera marca la sensación en los pies después de largos viajes, como otros narrarán la de los caballos, los trenes y los buses, en esa fijación de narrar esas llegadas.
Respecto a los lujos de la casa donde se instalan en la ciudad, hay que imaginarse los mejores: décadas antes María Graham menciona que los pianos de mejor marca en Valparaíso son totalmente excesivos. Nuestra inequidad va de la mano con la historia de la república.
Y aparece entonces el negocio del padre de Guy, Emile, la librería Universal. Entre las imágenes que ya son una característica de Banda Propia en sus rescates, está una de las publicidades, documentos de época de nuestra prensa.
La librería Universal, ubicada en Calle del Cabo, hoy Esmeralda, combina libros en distintos idiomas con materiales de librería, esa junta casi imposible hoy por hoy que me recuerda una librería entre la Católica y el Mercado Cardonal. Creo que se llama librería Universitaria, porque Universal es la de la familia Guy.
Universal, porque como tienen domicilio en París pueden traer libros de Europa que serán comerciados justamente. Ese concepto de justicia que difícilmente ha existido para los libreros.
Cada detalle del rubro y su época tiene valor, en la falta que nos hace una historia de las librerías. Especialmente cómo se inserta la madre de Alice Guy en el trabajo, realizando crítica literaria de los libros en francés. La librería entonces es un espacio no solo de comercio, sino también de comunidad y cultura, algo que conocen las Banda Propia con la Librería Proyección.
Con más fuerza y vivencia narra otro viaje en barco Alice Guy, que pasa algunos años de infancia en Francia, antes de volver otra vez a Valparaíso. El carácter portuario se siente en sus líneas, de este puerto antes del Canal de Panamá. Dos meses por mar era el tiempo de viaje.
Cuánto de fantasía y realidad habrá en estas líneas. Cuántas películas que se filmaron a partir de las imágenes que se enroscan en la infancia de cada cineasta. La misma Guy dice que su madre le asignaba a algunas de visiones a su imaginación. Como al cruzar el Estrecho de Magallanes, un fueguino semindesnudo pero con sombrero las saluda.
El gran barco que trae a la gran cineasta no le es permitido atracar en Valparaíso, e indígenas los iban a buscar en botes y les regalaban mangos y chirimoyas, esa, por lejos, la mejor fruta de este país.
Entre esos viajeros y viajeras del siglo XIX, es normal que vean la raíz indígena entre la gente, y son agudas las descripciones del personal de servicio: tez cobriza, ojos rasgados, también ternura para ella. Canciones indias para dormir. Cestas de mimbres como cunas. Machacar choclo con piedras redondas en una roca hueca para preparar empanadas.
Esas indias la llevaban por las quebradas, como informantes claves que abrían el mundo y que aún necesitamos para abrir los secretos de la ciudad.
Un momento para las trabajadoras que tomaban vino para hacer más piola la pega. Y la niña bebe, porque aún es parte de nuestra educación hacerlo.
Nuestro clima es el de hoy, rara vez llueve y hay calor. Ropa de mujer de colores claros y cambiarse todos los días.
Un terremoto, por supuesto.
Un perro amaestrado de bomberos que junta céntimos.
En el cuestionario de Proust se hace referencia a que el olor nos lleva a la infancia, y al momento de escribir estas memorias Alice Guy recuerda el olor de las flores de acá.
Hasta que un día partir, Y ser Alice Guy.
Vuelvo a googlear como lo hice cuando recibí el primer mail de María, y veo la librería incendiándose en 1900. Cuando se corta su historia, la vida de la Universal sigue su camino el culto necrológico de la ciudad. Esas son las postales que tenemos sea arriba o abajo en la ciudad, de cuando las cosas desaparecen. Y recuerdo nuevamente al perro porteño que jugaba con Alice.
Me permito, antes de terminar, algunas observaciones respecto al género referencial que sostiene este libro. Así como en otros libros vemos la certeza en este libro el relato de Guy refiere a que las personas que leen este libro le den el valor que le corresponde. No lo impone. Entre lo que dejan de narrar y lo que narran, está el valor de estas Memorias.
Afirma que una librería lleva aun el nombre de su padre. Hoy un jardín la recuerda. Banda Propia, la librería L e Insomnia, uno de mis lugares favoritos en la ciudad, construyen esta memoria necesaria.
Ficha técnica
Memorias 1873-1968
Alice Guy
Traducción de Pablo Fante y prólogo de Tiziana Panizza
Banda Propia editoras, 2021
300 páginas