En abril de este año, Fundación La Fuente y Mall Plaza anunciaron públicamente el cierre definitivo de las diez Bibliotecas Vivas que existían al interior de estos centros comerciales. Una vez que se conoció esta noticia, en términos generales, la opinión de la comunidad que activamente se relacionaba con estos espacios fue de decepción, sobre todo por la pérdida que significaba el cierre de estos espacios y el fin de una serie de actividades que ahí se realizaban. Claramente la desaparición de bibliotecas siempre será un gran daño para la población, pero, en este caso, resulta necesario destacar que hay un grupo que resulta profundamente afectado y que no puede reclamar dicha pérdida.
A nivel nacional, existen múltiples estudios que demuestran que en el país la lectura guarda un escaso interés o bien que es una actividad que se desarrolla más en algunos grupos sociales que en otros. Sin embargo, una de las razones más importantes de esta distancia para con la lectura es precisamente lo que sucede al interior de las familias y la relación que estas tienen con los libros; mientras haya incentivo y acompañamiento en esta actividad, los más pequeños del grupo familiar se relacionarán de mejor manera con la lectura. Algunos expertos plantean que, si esto se realiza desde más temprana edad, más favorable será para los niños y niñas su vínculo con los libros, así como también otros aspectos del desarrollo emocional y social de los infantes. Sin embargo, ¿cómo se puede lograr esto cuando los espacios destinados o gestionados para la temprana infancia (0 a 4 años) son escasos o bien, los pocos que existen, desaparecen y no hay discusión o reivindicación en torno a ello?
Esto fue lo que sucedió con las Bibliotecas Vivas presentes en las regiones de Antofagasta, Metropolitana y Biobío, ya que, en el contexto nacional, resultaron ser de gran importancia para el desarrollo de iniciativas y gestión de espacio destinados a este grupo etario, asumiendo desde un comienzo que existe una profunda carencia en el país de lugares en que los niños y niñas más pequeños puedan ser considerados en actividades culturales como lo es la lectura. Lamentablemente la realidad chilena está lejos del ideal, de hecho, su involucramiento con planes y programas dirigidos al fomento de la lectura en los niños y niñas de 0 a 4 años se produjo entrado el siglo XXI, siendo que la bebeteca (bebètheque) – término acuñado en Francia para referirse a las bibliotecas destinadas a bebés- se desarrolló durante la década de 1920 y se difundió como tal por Europa durante los años ochenta. En Latinoamérica, las bebetecas comenzaron a emerger en países como Argentina, Colombia y México, primeramente, tomando como referencia el modelo español, pero en Chile la primera guaguateca se inauguró recién en la década del 2010 en la región Metropolitana.
Desde una perspectiva pública, existen más de 450 bibliotecas, de las cuáles siete tiene un carácter regional y de esas siete solo cuatro – Coquimbo, Valparaíso, Santiago y Aysén – tiene espacios destinados a los niñas y niños de 0 a 4 años. En términos locales, por citar algunos ejemplos en la región Metropolitana que cuentan con guaguateca, existe la Biblioteca Municipal Pedro Lemebel en la comuna de Recoleta, el Centro Lector de la comuna de Lo Barnechea, Casa Lo Matta en Vitacura y algunos otros que están proyectando recientemente su inauguración. Otro ejemplo que podría señalarse es lo que sucedió en la comuna de Quillota, región de Valparaíso, en mayo de este año en donde se inauguró la guaguateca de la Biblioteca Municipal Nº 83 “Melvin Jones”, pero a pesar de todo, siguen siendo muy escasos los lugares en que los niños y niñas más pequeños tienen un espacio que los considere como sujetos protagonistas respecto de trascendentales procesos para su desarrollo como personas y futuros ciudadanos.
Claramente sin espacios, ni libros ni orientaciones para fomentar la lectura, complejo resultará que se logre incentivar esto en los niños y niñas del país, menos aún si ya no existen los pocos que habían como es el caso de las Bibliotecas Vivas, profundamente imbricados en ciertos sectores del norte y sur de la ciudad de Santiago. A esta altura resulta casi imposible disminuir esa brecha de casi cien años respecto de la primera guaguateca (bebeteca) en el mundo y, peor aún, sin espacios para los niños y niñas seguirá profundizándose esa estructural e histórica invisibilización hacia la infancia en Chile.
La pregunta que queda ahora es: ¿qué reemplazará a las Bibliotecas Vivas en los diez Mall Plaza que ya no cuentan con estos espacios para la comunidad? Creo que todos sabemos la respuesta y lamentablemente esta no favorecerá al fomento lector en la primera infancia, sino que a las lógicas mercantiles que justifican la existencia de estos centros comerciales y propenden al consumo, pero no necesariamente cultural, ni menos con iniciativas abocadas específicamente a los niños y niñas de 0 a 4 años.